Después de perder dos veces contra Zapatero, y ya es decir, Mariano Rajoy consiguió llegar al poder. Y allí pensó que terminaba todo. Lo que nunca se le ocurrió es que hubiese que hacer alguna cosa después, porque el lema, repetido mil veces como un mantra religioso, de que "el que resiste gana", se agotaba como libro de instrucciones una vez superada la sesión de investidura.
O tal vez no, pensó seguramente.
Y así lleva media legislatura con mayoría absoluta dedicándose a resistir, confundiendo los paños calientes con las reformas, los recortes con las reformas, las dilaciones con las reformas, las engañifas que ya no dan ni risa en Bruselas con esas puñeteras reformas que se resiste a abordar porque molestarían a mucha gente.
No se atreve a meterse con las farmacias porque los farmacéuticos son de derechas. No se atreve a meterse con los notarios, porque los notarios son de derechas. No se atreve a meterse con los registradores porque son de derechas y son colegas, ¡joder!
No se atreve a meterse con los colegios profesionales y sus cholletes porque hoy por ti y mañana por mí. No se atreve a meterse con los taxistas porque también son gente que resiste, y le jode luchar contra gente tan tenaz como él. No se atreve a meterse con los estancos, porque los considera instituciones. No se atreve a meterse con las administraciones de lotería, porque le da vergüenza reñir con la vieja que le sella la quiniela...
Por no atreverse, no se atreve ni a decirle a sus ministros que eso de subir la luz va a acabar con ellos, por mucho puesto que les hayan ofrecido a todos las eléctrticas. Ni tampoco que ya está bien de subir la gasolina cuando subre el petróleo y no bajarla cuando baja. Ni menos aún a explicar por qué puñetas mantuvo a Bárcenas en nómina hasta hace cuatro días....
Toda su política es un constante no atreverse, dejarlo estar, esperar a que callen. ¿De veras quería ser Presidente para esperar a que nos callásemos todos?
Rajoy, más que ocupar el sillón de la presidencia, ha sido abducido por él. Eso es lo que pasa cuando un cargo no es un medio para hacer lo que querías hacer, sino un fin en sí mismo. Llegas, lo ocupas, ¿y qué? Pues bueno, a mantenerlo, aunque sea a fuerza de no responder a los periodistas o responder en una pantalla. Aunque sea explotando la fuerza de un silencio que en otros parece firmeza y en él sólo cobardía. Por algo será, ¿no?
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