En las llanuras de la autocompasión, envuelto en la sórdida manta de mil razones endebles, yacía en pie viviendo del placebo, embriagado con el dulce beleño de la autocomplacencia. A veces, cuando sucumbía a la lucidez, dejaba vagar su mente por el horizonte en busca del punto de fuga de sus perspectivas, y así llegó a aprender que cualquier punto es de fuga cuando se miran los paisajes de la nada. Harto de malvivir en su lucha prefirió bienmorir en conformidad, cortándose las venas del coraje con la hoja con que antes se afeitaba las derrotas cada mañana. Con las heridas abiertas, pero sin sangre que manar, vio correr el tiempo, clavado al suelo, como un árbol seco que eleva los brazos al cielo implorando un leñador, y entre tanto yace erguido, muerto pero en pie, en pie pero muerto. Así logró mitigar los días, mezclándose con los incontables militantes del suicidio, descarnados de valor, reencarnados en miseria, con otros como él, espectros de proyectos malogrados: mal logrados espectros que proyectan lúgubres sombras de olvido, tan vastas que incluso ellos olvidan que están muertos, y en quimérica existencia malríen, malaman y malsufren hasta que remueren.
Eso es hacer arte con palabras, me ha gustado, a pesar de que soy del gusto de vocabulario claro y palabras contundentes para poder llegar a más gente.
ResponderEliminarPero tu texto es de una belleza tal, que no puedo más que aplaudirte, y darte mi enhorabuena.
Y por cierto, algún día me contarás como hiciste para ser columnista ya desde los 15 años.
Un saludo,
Sara.
Muchas gracias, Sara.
ResponderEliminarLo de columnista es fácil: había un periódico local (Bedunia) donde admitían artículos y ya a aquella edad me dedicaba a componer uno por semana.
Empecé de satírico, ya ves.