El ajedrez. Un caso delicado

Hay cosas sobre las que se discute y otras sobre las que se pasa de puntillas, proque la excepción npo confirma la regla, sino que la debilita.

A lo mejor con estas historias de la igualdad nos hemos pasado de frenada sin darnos cuenta, o quizás queden cosas por discutir y lo mejor sea mira4r para otro lado, antes de que alguna horda levantisca se nos lance a la yugular.


El caso, amigos, es que yo puedo comprender que se reconozcan las diferencias físicas entre hombres y mujeres, y que existan categorías separadas, masculina y femenina para el tenis, el atletismo y otros muchos deportes donde la fuerza física, la masa muscular y esa clase de consideraciones fisiológicas de músculo, hueso y tendón son de primera importancia.

¿Pero por qué hay Federación Femenina de Ajedrez? , ¿cómo se justifica su existencia?

¿Acaso alguien piensa que la capacidad intelectual de las mujeres o su poder de abstracción es menor y necesitan una categoría aparte? No lo dicen, por supuesto, pero el caso es que la hay, y el caso es que los títulos de ajedrez llevan a veces una W delante para indicar que WGM es una gran maestra.

Quizás fuese el momento de acabar con este anacronismo (lo que sería muy malo para el ajedrez femenino, porque por la razón que sea no logran competir a alto nivel con los hombres, salvo las honrosas excepciones de las Polgar) o de hablar claramente de unas diferencias que nadie, ni yo, está dispuesto a señalar con el dedo.

Entre tanto y no, la Federación Femenina de Ajedrez sigue siendo una especie de secreto. Algo que existe, pero de lo que es mejor no hablar. Por el bien de la candidez, de la inocencia, de la ingenuidad... y de la integridad física.

EL PRECIO DE LA VIDA

Hay que repetir sin cesar, cual es el precio de la vida.

Es el instrumento admirable, puesto en nuestras manos para forjar la voluntad, pare educar nuestra conciencia, para construir una obra de razón y de corazón.

La vida no es tristeza, sino alegría hecha carne.

Alegría de ser útil.

Alegría de dominar lo que podría empequeñecernos.

Alegría de actuar y de entregarse.

Alegría de amar todo lo que vibra, espíritu o materia, porque todo, engarzado en una vida recta, eleva y aligera en lugar de pesar sobre nosotros.

Tenemos que amar la vida.

A veces, en las horas de cansancio y de hastío, llegamos a dudar de ella.

Debemos dominarnos, reaccionar.

Son muchos los hombres viles. Pero junto a ellos, junto a esos cuya bajeza es una blasfemia de vida, existen otros: Todos aquellos, los que vemos y los que no vemos, que no son así y que, por no serlo, salvan al mundo y al honor de vivir.
 
(Recibido por correo)

No creo en el dios notario

No hace mucho, Raquel me preguntaba cómo puedo seguir creyendo en Dios después de lo que ha pasado y me sorprendí de que le atribuyera a Él alguna responsabilidad en el desastre, lo mismo que me admira el agradecimiento de los que han sido acreedores de una gracia inesperada. Para mí Dios es creador, supremo ingeniero que construyó el universo como quien monta una máquina; si el ingeniero es bueno aporta el necesario combustible y la máquina funciona por sí misma; sólo si es un chapucero necesita revisar a cada momento el mecanismo, ajustar los engranajes, inventar nuevas piezas o sustituir las que se han deteriorado a causa de un mal diseño.


No, el Dios en el que yo creo no es un manazas que necesite revisar continuamente su obra: surgimos de la materia que él dejó en alguna parte y somos nosotros, sólo nosotros, los responsables de sortear las dificultades o atollarnos en el camino de la evolución. El Dios en el que yo creo sólo es creador, y dirigirse a él en busca de solución para un problema es como rezarle a Fleming cuando cogemos catarro. El Dios en el que yo creo ni tan siquiera es juez, y mucho menos notario; no nos vigila constantemente, ni se preocupa de llevar cuentas de nuestros actos: y así tiene que ser, porque tampoco nosotros registramos en un inmenso catálogo todos y cada uno de los lugares donde picotean nuestras gallinas en una huerta.

Por supuesto, Raquel no pudo entenderlo; no consigue comprender que alguien crea en cosas prescindibles y las convierta luego en parte de su vida. Dios sólo es dios porque no sirve para nada, y haré por Sara después de muerta lo que nunca habría hecho por ella en vida, y lo haré por mí, archivero de imposibles, curador de un museo de objetos inútiles, ideas inertes y esperanzas inservibles.

Una vela por un beso


Un beso travieso encuentra

tu boca su loca

inconsciencia

agita

tu pecho

te quita

el estrecho

vendaje de encaje que cubre

tu alma. La calma que antes

tuviste

no existe

ahora: la hora de amar

ha llegado,

al hado

que envía

el deseo

lo veo cercano lanzando su arcano

en pos

de tu piel.

Yo bien sé que ahora es difícil mantenerse fiel.
 
 

En la noche de Walpurgis

Mar y cielo son ya negros


como dos fúnebres cuervos

que aguardando están su presa

y su pico busca en vano

en mí un corazón humano

mientras la muerte me besa.