La aceleración de la historia


La aparente aceleración de la Historia, y digo aparente porque cada cual sabe del ritmo al que se mueven los acontecimientos en su época, restando importancia a hechos que nuestros antepasados tuvieron por cruciales, se debe seguramente a una acumulación de sinergias tecnológicas, de conocimientos que se suman y producen nuevas técnicas, y sobre todo de comunicación, lo que incrementa la productividad de los recursos empleados y acelera los plazos.


Las explicaciones económicas de este fenómeno son tan largas como tediosas, y no ha lugar meterse a ello aquí, pero el hecho es que toda nueva tecnología, sea de información o de producción de churros, tiene un techo, y cuando se alcance el de la comunicación, en la coyuntura económica que vivimos, vaticino que se interpretará como un paso atrás, pues nos hemos acostumbrado a que todo lo que no funciona inmediatamente es porque está averiado.


Así, cuando de nuevo sea necesaria la paciencia para dar el siguiente paso, no sé yo cuantos estarán armados de ella y qué consecuencias pueden derivarse de ese asunto.


Falta saber, sobre todo, si la aceleración de la historia ha activado también el entendimiento del hombre, Y si la presión del contenido modifica la capacidad del continente, pero esa ya es otra historia.

La teoría del muro


Consentirlo todo es como devaluarlo todo, porque en un mercado donde cualquier cosa valiera como moneda nadie vendería su mercancía.

Eso creo y a veces así trato de aplicarlo, desde mi humilde covacha.

¿Me explico?

Creo que el deber de todo el que ame la cultura y el arte es oponerse a lo nuevo aunque sólo sea por el mero hecho de ser nuevo. Creo que la figura del rancio, carca, reaccionario y apolillado es absolutamente necesaria para que las novedades tengan que pasar al menos un filtro, o una barrera. Las nuevas ideas y las nuevas tendencias deben encontrarse con un muro en el que probar su fuerza, y si son lo bastante pujantes para llevarme por delante, yo seré el primero en alegrarme de mi derrota. Pero si son enclenques, enfermizas o sin sustancia, que se estrellen y desaparezcan. Por eso me gusta oponerme a lo nuevo: para que me aplaste si vale la pena o se desintegre si no.


Lo contrario es abrir la puerta de casa a las moscas de la calle.


Me temo.