Entender


¿Y qué culpa tengo yo de que no piensen las flores?

Pero quién si no: nuestro es el exceso y nuestro el artificio, y si hay reo, si es preciso que alguien cargue con esta cruz astillada, con estos grilletes romos, ha de ser el que reviste de consciencia la belleza, el que sabe pero ignora, el que conoce y olvida, el que interroga y disfraza, el que idea la mentira porque entiende la verdad.

Entender es la condena. Entender que la esperanza es un placebo, una píldora de azúcar para un cáncer de vehemencia, un fracaso a plazo fijo que cobra a precio de usura cada día que entretiene su demora. Comprender y al fin callar, ante cada circunstancia adversa, ante cada despedida, ante el mundo y el espejo, sobre todo ante el espejo. Callar como enmudecen los sepulcros, que corrompen lo que dicen que atesoran, callar como las madres callan cuando el hijo las defrauda, callar hasta convertir en misterio lo que sólo es un fracaso del raciocinio, del vanidoso intelecto, que se quiere pionero y va siempre por detrás del sentimiento, justificando sus errores, defendiendo sus caprichos con argumentos capciosos, sepultando sus vergüenzas bajo alfombras de artificio.

El privilegio de Dulcinea, Javier Pérez, 2001.

Respeto a los libros


En 1936 (o 38) los nazis organizaron una gran quema de libros.

En aquel entonces, estaba de corresponsal del New York Times en Berlín John Dospassos, y en una rueda d eprensa preguntó al minsitro de Cultura, Dr. Ley:


-¿Por qué queman ustedes estos libros? Tratre de explicarlo al público americano.


Y repuso el doctor Ley:


-Porque son infecciosos, peligrosos y nocivos. Porque creemos en la fuerza de los libros, también en la de los malos, y porque lamentablemente no está en nuestra mano quemar a los autores.


Razón no tenía, pero a veces se echan de menos alguien que crea en ellos, aunque sea para mal.

Cruzar el río


Padecemos un amplio desprestigio de la realidad, justo cuando deberíamos creer que es precisamente lo real lo que nos permite mirar el pasado con gesto de condescendencia. No hemos pasado grandes hambrunas ni guerras, nos curan cuando estamos enfermos y hasta hay leyes que nos aseguran el derecho a que nos miren bien.
Y sin embargo, nunca fue tan rentable para un político predicar sobre el retablo y alentar a los suyos a creer que la foto del puente es lo mismo que el puente.
Por la foto no cruzaremos el río, pero aplaudimos de igual modo las siglas atribuyéndoles un significado que se ha ido desdibujando hasta el mero residuo estético.
Y ahí es donde de nuevo interviene la foto, esta vez la de una idea en la que un día creímos.
Pero por esa tampoco cruzaremos el río.