Seremos tristes

Es inútil: nada pueden los torrentes de argumentos que descienden de la lógica para arrastrar los obstáculos, de nada sirve pensar que todo se reduce a cambiar el objetivo por otro que busque y quiera lo que podemos ofrecerle. Todos seríamos más felices si aspirásemos únicamente a lo que podemos lograr, o a lo que racionalmente nos conviene, pero no es posible cambiar lo que queremos sin dejar por el camino jirones de dignidad, y tanto da claudicar por cobardía como por pura inteligencia. Es claudicar y basta.
Sólo queda, pues, una salida que no implique rendición: seremos necios y porfiados insistiendo en exigir pan a las piedras y dulces trinos al asno. Simularemos sorpresa ante cada impensado desaire, ante cada desdén reflejo, ante cada indeliberado desprecio. Fingiremos interés por asuntos que jamás nos importaron, por los cables y las redes que interconectan vacíos, por los fines que no existen, por los medios que los buscan, por los hombres enganchados, las mujeres conectadas y los coros que les cantan alabanzas multimedia en formato MP3.

Seremos mansos, tranquilos, sonriendo a la ignorancia, acallando el improperio que atrapado a última hora aún rebulle entre los labios. Remedaremos sonrisas donde sonrisas se esperen y al final, tal vez al cabo, ensayaremos verdades entreveradas de bromas.

Seremos tristes de nuevo, imaginando sus labios humedecidos en besos de travieso experimento, imaginando otros brazos alrededor de su cuerpo, otras manos perfilando su cintura, apoyadas en el firme pedestal de sus caderas, imaginando otros ojos reflejados en los suyos, siempre el maldito reflejo.

Seremos tristes de nuevo representando caricias que nunca osamos probar, que ella nunca aceptaría, arriesgaremos ensayos en sus dedos o en su pelo y arriesgaremos con miedo, con temor a ese reproche que alguna vez ya entrevimos.

Seremos tristes porque tristes nos queremos: es el único motivo si es que motivos precisa semejante antología de amatorios desatinos y penas extravagantes. Seremos tristes porque la melancolía es verde musgo del alma y sienta bien a los recintos devastados, a las ruinas de fortalezas perdidas y hasta a los pobres apriscos donde a diario reunimos las cabras de los anhelos, los incontables reba os de este Majadero Concejo de la Mesta que pastorea los celos por veredas cuesta arriba.
Seremos tristes porque sólo tristes dejamos de ser ridículos.


El privilegio de Dulcinea, Javier Pérez, 2001.

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