Las tesis de Huntington son relativamente bien conocidas y se
resumen en la afirmación de que el próximo siglo XXI será el del "choque
entre civilizaciones". Huntington diseña un mundo compuesto por ocho
grandes civilizaciones, a saber, la occidental o euro-norteamericana, la
europeo-oriental o eslava, la islámica, la confuciana, la budista, la japonesa,
la latinoamericana y la africana. Estas ocho grandes civilizaciones actuarían a
manera de gigantescas "placas tectónicas" que chocaran entre sí,
dando lugar a una serie de conflictos que constituirían la esencia del próximo
siglo.
A la teoría del señor Huntington se le podrían oponer un
sinfín de consideraciones. Para empezar, las civilizaciones en que divide a la
Humanidad son bastante caprichosas y resultan más inteligibles para un
conocedor de los objetivos estratégicos norteamericanos que para un sesudo
especialista en Historia de las Culturas. Por ejemplo, llama la atención que se
individualice como una de las grandes ocho civilizaciones del mundo a la
japonesa, rechazando el incluirla en la confuciana o en la budista, lo que
sería mucho más lógico desde el punto de vista de la Historia Cultural. La
razón para esto no es otra que la percepción de Japón como gran amenaza para
los EE.UU. En un artículo titulado "Los nuevos intereses estratégicos de
EE.UU."[i],
Huntington escribía que uno de los objetivos primordiales de los EE.UU. era
"mantener a EE.UU. como primera potencia mundial, lo que en la próxima
década significa hacer frente al desafío económico japonés (...) EE.UU. está
obsesionado con Japón por las mismas razones que una vez estuvo obsesionado con
la Unión Soviética: ve a aquel país como una gran amenaza para su primacía en
un campo crucial del poder (...) La preocupación ya no es la vulnerabilidad de
los misiles, sino la vulnerabilidad de los semiconductores (...) Los estudios
se centran en cifras comparativas de EE.UU. y Japón en crecimiento económico,
productividad, exportaciones de alta tecnología, ahorro, inversiones, patentes,
investigación y desarrollo. Aquí es donde reside la amenaza al predominio
norteamericano y donde sus gentes lo perciben".
Sólo a partir de esta percepción estratégica del peligro
japonés cabe individualizar a Japón como una cultura individual entre las ocho
grandes civilizaciones del mundo.
Pero lo realmente importante es otra cosa. Es la respuesta a
la pregunta: ¿Qué quiere justificar Huntington con su teoría? No hace falta ser
un genio para intuirlo. La hegemonía norteamericana a nivel planetario no va a
dejar de ser contestada en múltiples rincones del mundo. Aunque los europeos
occidentales se hayan conformado con convertirse en un apéndice transatlántico
del american way of life y se encuentren sumamente a gusto en su papel de
"compañeros de viaje" de Washington, no parece creíble que el resto
del mundo vaya a seguir esa senda. Por mucho que el rock se escuche en Beijing
y en Maputo, por mucho que el sueño de un niño de Rabat o de Yakarta sea ir a
Disneyworld, no dejan de existir las contradicciones más sangrantes en el orden
político y económico mundial. Un orden diseñado y mantenido para beneficiar a
los EE.UU. y sus protegidos de Europa Occidental.
Conflictos van a surgir y eso es inevitable. ¿Cómo justificar
la continua intervención del poderío político, económico y militar de los
Estados Unidos para mantener el statu quo? El Imperio del Mal con sede
moscovita se ha hundido y ya no cabe atribuir al oro de Moscú las
"amenazas" que surgían en Nicaragua, en Somalia o en Indonesia. Hay
que ofrecer una nueva explicación que tenga el suficiente empaque ideológico
para el mantenimiento de las mayores Fuerzas Armadas del mundo, alimentadas por
una industria de estructura totalmente belicista, sobre las que se basa todo el
tejido social norteamericano. Y no hay explicación mejor que la de Huntington.
Las civilizaciones están ahí, van a chocar inevitablemente, y debemos estar preparados
para ello, sostiene Huntington. Podemos lamentarlo —argüirán Huntington y sus
secuaces— pero ello no evitará que las grandes culturas estén condenadas a
enfrentarse. Y en todo enfrentamiento debe haber un vencedor. Nos podemos
imaginar cual desearía Huntington que fuese.
Uno se pregunta porqué extraña razón el pensamiento
estratégico norteamericano no había caído hasta ahora en la cuenta de la
existencia de grandes conjuntos culturales, de grandes civilizaciones, en la
vida de la Humanidad. La existencia del sandinismo o el conflicto
árabe-israelita podrían haber sido explicados de manera satisfactoria con este
paradigma desde hace varios decenios. Pero entonces hubiera sido poco
conveniente. Si en el fedayin palestino sólo se hubiera visto a un enemigo de
los sionistas, el público norteamericano podría haberse dado por no concernido;
era mucho más rentable políticamente presentarlo como un pelele de Moscú. Lo
mismo cabe decir del guerrillero sandinista o del iraní Dr. Mossadegh.
Pero Moscú ya no sirve de excusa. El comunismo ya no es
creíble como amenaza porque salvo cuatro nostálgicos irreconvertibles nadie con
dos dedos de frente se atrevería a reivindicar el comunismo soviético. Debe
dibujarse una nueva amenaza, un nuevo peligro, en este caso la inevitabilidad
de un choque a nivel planetario entre grandes civilizaciones, en el que
Occidente (el Occidente del Monoteísmo del Mercado) debe vencer, porque de lo
contrario será aplastado.
El nuevo paradigma de Huntington, en resumen, cumple un papel
fácilmente identificable en la estrategia norteamericana por mantenerse en la
situación hegemónica mundial de la que disfruta.
Bajo este paradigma "culturalista" se esconde,
apenas agazapado, el objetivo sempiterno de la política exterior
norteamericana: mantener la hegemonía económica de los EE.UU. Veamos un
ejemplo: en una de las últimas entrevistas concedidas por Huntington a la
prensa española, el titular, muy elocuente, decía: "La amenaza viene de
China". Este es un fragmento:
"—¿Cuál es la principal amenaza del siglo XXI?
—El mayor peligro de desestabilización se encuentra en Asia.
La amenaza viene de China, que es cada vez más agresiva. Su política causa gran
preocupación entre las naciones vecinas. No hay que perder de vista sus
movimientos militares en el mar del Sur de la China.
—¿De dónde le viene esa agresividad?
—China es el país más poblado del mundo y, en volumen
económico, se sitúa en el tercer puesto, pero en el año 2000 su economía habrá
avanzado al segundo lugar del mundo. Históricamente ha tenido una enorme
influencia en el sureste asiático pero, desde mediados del siglo pasado, se ha
visto humillada por Occidente. Es natural que ahora trate de recuperar el
poderío y la influencia que tuvo durante milenios"[ii].
En este fragmento queda bien de manifiesto que no se trata de
que la cultura china amenace a la occidental (ni a la islámica, ni a la
latinoamericana...), sino que el interés de China por ocupar un lugar en el
escenario internacional acorde a su peso demográfico, a su pasado histórico y a
su potencial económico constituye una amenaza a los intereses
económico-estratégicos de los EE.UU. No hay un choque de civilizaciones, sino
un choque de intereses. Pero desde que el mundo es mundo los choques de
intereses suelen ser camuflados bajo hermosos discursos ideológicos. Y desde
que el mundo de la Ilustración empezó a formular una serie de Leyes universales
que regían los distintos aspectos de la vida y de la historia, estas leyes se
han convertido en poderosos argumentos justificatorios. La pobreza y la miseria
de las masas no eran fruto de injusticias económicas corregibles, ya que la
economía se regía por Leyes Económicas objetivas y de no ser observadas éstas,
el mundo económico iría hacia el Caos. Tratar de subvertir el capitalismo era
ir contra las leyes económicas fundamentales.
De la misma manera, las leyes biológicas de Darwin fueron
utilizadas para justificar y sancionar con el prestigio de "lo
científico" la victoria de ciertas clases sociales o ciertos grupos
étnicos, ya que en la "lucha por la vida", sólo podían vencer
"los más aptos" y esto no sólo era inevitable, sino bueno, ya que
contribuía al progreso de las especies. Se podía lamentar, sí, pero eso no
impedía que fueran leyes inexorables. El nuevo paradigma de Huntington se
coloca en esa misma perspectiva. La lucha entre civilizaciones es un hecho
insoslayable. Debemos prepararnos para él y combatir esa guerra, para ganarla.
Con la división de civilizaciones adoptada por Huntington, Europa Occidental
debe agregar su poder al de los Estados Unidos. No olvidemos que —pese a ser la
potencia hegemónica mundial— el poder relativo de los EE.UU. en el escenario
internacional no deja de decrecer, conforme otras regiones del mundo se
modernizan económica y tecnológicamente. Hoy los EE.UU. sólo pueden imponerse a
nivel mundial recurriendo al concurso de los europeo-occidentales. Por esa
razón, Huntington, que ha individualizado como una de las grandes culturas del
mundo a la de un diminuto país (Japón), se niega a introducir ninguna distinción
entre la cultura norteamericana y la europea-occidental: desea embarcarnos en
su misma nave, nave cuyo puente de mando se situará indudablemente en
Washington.
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