Que no nos juzguen



Que no me juzguen. Pretensión excesiva, ruego imposible.
Hasta los días de sol o de lluvia pasan por el tamiz de una sentencia para convertirse en buen o mal tiempo, y pretendo yo que no me juzguen.
Entrando en tales batallas, ¡cómo no va a acabar uno coleccionando armisticios! Me juzgarán, nos juzgarán a todos y, como hicimos nosotros con los que nos precedieron, idearán antes la condena que la acusación, antes la pena que el delito, antes el presidio que la ocasión de merecerlo.
Seremos condenados todos, por lo que hicimos y por lo que tratamos de evitar, por el mundo que dejamos, por la muerte cien veces reconcentrada que sacamos de la tierra y ellos ya no podrán quemar, por lo que conservamos y por lo que no supimos dejar.
Nos juzgarán a todos por cada piedra dislocada de su escondrijo como nosotros a los romanos por el oro que se hizo siclos y sextercios, y a nosotros, como a los hombres de Roma, nos dará profunda, absolutamente igual.
Parapetémonos pues en la experiencia que aún no tenemos y seamos indiferentes como vicemuertos, como anteolvidos, como prenadas.

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